En los primeros días del año, un muy querido amigo me escribió, comenzó, con estas palabras donde uno desea al otro “buen año” (¿qué es un buen año? Creo que estar vivos ya debería de contar como bueno, ¿no?), en fin, deseos huecos que mandamos y mandamos y volvemos a mandar a la gente que “queremos” en estas fechas, y mire, la verdad que qué bueno, ya por ahí de febrero comenzaremos a vaciar la bandeja de cadenas, imágenes y hasta videos de Santa en calzones bailando una de tantas canciones que tiene el regordete ese.
Seguimos con el mensaje, que en realidad era una nota de voz lo que me permitió escuchar lo que seguía a continuación de una forma más profunda, más sensible, más viva, pues con la voz cantamos, mentimos o decimos también la verdad; es esta última la que más dolor nos cuesta, tanto de una lado como del otro. Ya decía “La Guzmán” en una de su canciones: mentiras piadosas no me vienen nada mal.
Lo que venía a continuación en el mensaje era la confesión de amor más hermosa, sensible, cariñosa pero también la más temerosa, frágil y delicada, y es que en la voz se esconden tantas pasiones que no se pueden disimular, calma, la declaración de amor no era para mí.
Sucede que este amigo se enamoró, y hasta ahí no hay problema, es más, que rico es estar enamorado, ocurre magia cuando somos correspondidos.
A mi amigo el amor lo envolvió, lo abrazó, lo miró y se sintió cuidado, reconocido, amado, eso le aterró ; pues también es cierto qué hay pedacitos de vida en la que somos muy felices y en vez de disfrutar de estos cachitos efímeros, nos preocupamos tanto por cuanto van a durar que cuando nos damos cuenta ya se fueron de nuestras manos, entendamos que la felicidad no se guarda en frascos, la felicidad se vive, se siente, se come, se disfruta.
En su mensaje me pedía un consejo, en esta parte del mensaje su voz se entrecortaba y se escuchaban sollozos, se escuchaba también mucho dolor y miedo, de ese miedo que sentimos al escuchar truenos en medio de lluvias nocturnas y cielos obscuros, la voz de ese hombre de apariencia ruda, de piel canela, de brazos fuertes, espalda ampliay mirada tierna, se quebraba y yo no sabía que hacer, mientras escuchaba su voz rota mis ojos reaccionaban con lágrimas.
El no sabía cómo contarle a esta persona que le hacía una revolución en el estómago su condición de cero positivo y recurrió a mi, pues que mejor que rodearse de personas que dignifican tu existencia, así lo dijo en el mensaje aquel. Me sentí alagado, conmovido hasta el tuétano y con una responsabilidad inmensa, la verdad no sabía cómo contestar, podría hacerlo desde mi papel como sexólogo, pero creo que el corazón se habría involucrado inevitablemente en mi respuesta, así que tarde en enviar mi respuesta.
Como pasa en la vida, todo lo que caminamos nos sirve para irnos colocando en el mundo, hace unos días recibí otro mensaje, en el, este amigo me escribía que ya había hablado de su condición y que no hubo rechazo, no hubo prejuicios, no hubo dolor.
Mi buen amigo se encontró con unos brazos que los recibieron, que lo sostuvieron y que, estoy seguro, los cuidarán por mucho, mucho tiempo.
Hablar con la verdad desde que iniciamos un viaje en compañía debe ser fundamental, sin embargo hay verdades que pueden ser dolorosas, pero que si les damos la vuelta, las consecuencias pueden doler con mayor fuerza.
Querido amigo, querida lectora, querido lector, el amor se construye en lo individual para disfrutarlo en lo colectivo, el amor es propio, autónomo y libre, no se entrega, se construye, el amor debiera ser el alimento que nutra nuestra vida en pareja, la pareja debe ser ese muelle de llegada que nos hace sentir paz y plenitud.
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