jueves, marzo 28, 2024
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La venganza de los nerds o confesiones de un espía arrepentido.

Érase una vez que un joven idealista de esa generación que creció cuando el Internet era apenas comunidad sin barreras ni límites, creativa y cooperativa más que comercial competitiva, jugaba al cubo Rubik para calmar la ansiedad mientras caminaba por el largo túnel de un búnker situado bajo un campo de piñas, con documentos ultra secretos de la IC o Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos de América que robaba en una tarjeta microSD.

Ese niño del cubo Rubik, como le decían los guardias de seguridad de aquél lugar, se llama Edward Snowden y en el libro Vigilancia permanente cuenta su historia. No solo los motivos para que este oriundo de Carolina del Norte con habilidades sobresalientes para la informática y administración de sistemas terminara siendo espía al servicio de la conocida Agencia Central de Inteligencia, la CIA, luego de pasar brevemente por el ejército (donde se enroló poco después de los atentados del 11 de septiembre con la fiebre nacionalista), sino la imposición planetaria de lo que él mismo llama capitalismo de vigilancia y que redefinió por completo lo que era la inteligencia: el paso de las reuniones clandestinas  y los puntos de entrega, similar a lo que ocurre en las novelas y películas de espías, a los datos.

Arquitectura informática, hardware, software, protocolos de transferencia, redes, nubes privadas para almacenar secretos de Estado entre muchas otras tareas especializadas y compartimentadas que lo mismo crearon un sistema global de vigilancia capaz de almacenar TODOS los datos digitales imaginables que ponen en serio riesgo la libertad y privacidad de cualquiera que use dispositivos  como teléfono Smart o computadora, pues digitalizar supone registrar algo en un formato que va a durar para siempre, que producir soluciones técnicas donde cualquier agente, independientemente de su ubicación física, acceda a los datos que necesite y haga búsquedas en ellos.

En su peculiar historia lo mismo deja ver costumbres y diversos modos de ser y hacer de la temible comunidad de inteligencia estadounidense, donde no falta la NSA o Agencia de Seguridad Nacional que organizaciones asociadas, la Fundación Heritage o el Instituto Cato, y empresas tapadera como Dell, que en lo formal contrataba a Snowden, como de la propia sociedad estadounidense post 11 de septiembre y su conocida guerra contra el terror que incluyó atrocidades, asesinatos con dron y crímenes de guerra que terminaron por horrorizar a un militar que por motivos de consciencia decidió filtrar información confidencial a un sitio que poco después se haría mundialmente conocido, y su fundador implacablemente perseguido: Wikileaks.

Y por supuesto que no escasean referencias a casos relevantes, los papeles del Pentágono por ejemplo, donde se hace evidente la necesidad de  revelar asuntos de interés público que garanticen a la sociedad su derecho a la información. Ni las explicaciones de enmiendas constitucionales o las diferencias y matices entre informantes, denunciantes, filtradores, soplones, disidentes éticos, chivatos, traidores y otros términos que muestran la relación de cada cultura con el poder por el modo que eligen definir el acto de revelar información. Las crisis, dudas, aislamiento y distintas experiencias que deben pasarse para dejar una vida de abundantes comodidades con excelente sueldo, aventurándose en situaciones donde reina la adrenalina con tal de documentar las pruebas que expusieron por completo el aparato masivo de vigilancia global, lo que Snowden llama la cuarta rama de facto del Gobierno estadounidense, protegida por la Carta de Derechos.

Un viaje rocambolesco que lo llevó a buscar periodistas, enseñarles a encriptar comunicaciones, el único antídoto a este sistema que causaría la envidia del mismísimo Gran Hermano Orwelliano, para encontrarse con ellos en Hong Kong y finalmente terminar aislado en Rusia, lugar adonde según él jamás pensó llegar mientras en casa su gobierno y funcionarios acosaban a la novia y en los registros domiciliarios se llevaron hasta los libros. Lo más delirante es que si bien la historia parece sacada de la Guerra Fría, en realidad todavía no termina. El gobierno sigue empeñado en perseguir a los mensajeros y no al mensaje, encarceló de nuevo a Chelsea Manning, busca extraditar a Julian Assange por espionaje y la rencorosa comunidad de inteligencia debe soñar todavía con capturar a Snowden en el corazón de Rusia.

También trataron de impedir que el libro llegara al mercado. Y como no. Si el sistema informático que denuncia es tan poderoso que tan solo con googlear ciertas palabras cualquiera y TODOS sus datos digitales terminarán en algún servidor de la NSA y en su momento de los llamados cinco ojos. Dice Snowden que si duda, lo intente. Si le interesa el tema o las implicaciones cotidianas de mucho de esto, puede buscar al propio espía arrepentido por una crisis de consciencia en la página web de la fundación Freedom of the Press.

 

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