jueves, abril 25, 2024
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“Por putas”: Los feminicidas y la moral pervertida en sus motivaciones


Por J. Augusto Peña


El feminicidio es un crimen que se comete particularmente en Latinoamérica y hay una razón, la religión dominante

El feminicidio es algo que posiblemente hayan cuestionado del siguiente modo, ¿si las mujeres y los hombres son iguales, por qué sería necesario diferenciar entre el asesinato de uno u otra? La respuesta tiene que ver con que las motivaciones de un feminicida suelen ser diferentes o más complejas que las de, por ejemplo, un sujeto que apuñala a otro en una riña, la víctima de bullying que se vuelve contra su agresor, (incluyendo mujeres que envenenan a sus maridos), o personas atropellando intencionalmente a otras; todos estos modos de matar, por cierto, son los más comunes en nuestro país, según datos relativos a defunciones publicados por el INEGI. 

El término feminicidio, sin embargo, se refiere al asesinato de una mujer por enjuiciamiento de su libertad sexual, desprecio, misoginia, venganza por «infidelidad», o la obtención de un placer erótico perverso; aunque de algún modo, todo lo anterior está relacionado. Más adelante veremos cómo. 

Comencemos por el origen del término feminicidio. En 1992, la escritora feminista de origen sudafricano, Diana Russel, popularizó el término, y desde entonces grupos feministas e intelectuales han insistido en que se le dé su respectivo lugar no solo en los diccionarios, sino en las legislaciones de cada nación.

En México es cada vez más común saber de mujeres que fueron asesinadas a manos de un ex novio, un pretendiente rechazado, un esposo celoso, o incluso un violador incestuoso. Hace solo dos meses, se hablaba del asesinato de Margarita Ramírez, una niña de 14 años de Aguscalientes que mató un adolescente de 15 años porque no quiso ser su novia. Los padres de Margarita, y la sociedad, no pudieron más que indignarse al saber que el culpable pasará solamente 5 años en prisión.

El individuo en cuestión estaba en un grupo de WhatsApp donde otros adolescentes compartían vídeos pornográficos y snuff; también se dice que no presentaba signos de culpa por lo que había hecho, lo cual es un rasgo común en los psicópatas, ya que se cree que no desarrollan la amígdala, que es el centro de empatía del cerebro. Esta condición le impediría establecer vínculos con otros seres humanos, y tendería entonces a considerar a los demás como objetos, es decir, tendería al maquiavelismo, aunado a una evidente perversión, tomando en cuenta su fascinación voyerista por la violencia, llevada a cabo a través de mirar vídeos, que posiblemente tenían una función sustitutiva en el cumplimiento de sus fantasías sádico-eróticas. Cinco años de prisión no le van a devolver la cordura a una mente así de perturbada.

El perfil común del feminicida incluye justamente este placer pervertido que toma por objeto de su predilección la contemplación de la imagen grotesca, y muchas veces repleta de violencia erotizada; por eso es común que en estos crímenes se presente la tortura enfocada a ciertas partes del cuerpo, como genitales, rostro, senos, o la mutilación de extremidades, y es que el feminicida ataca las partes del cuerpo por las que desarrolló un fetiche en un punto de su vida.

Recordemos el caso del «Monstruo de Ecatepec», quien para los medios afirmó que mataba mujeres por «bonitas», es decir, representaban algún valor estético para él, las fetichizaba; en sus declaraciones, que se pueden ver en YouTube, habla del odio que sentía hacia su madre porque lo abandonaba constantemente para «irse de puta», según sus palabras; lo cual, aunque parezca contradictorio, hace de este monstruo alguien con un sentido moral demasiado elevado, pero al grado de que a cualquier mujer con vida sexual fuera del matrimonio, la considera inmoral, y un pecado que hay que borrar, así lo comenta «estoy limpiando el mundo de porquería, yo estoy completamente sano y bien». 

El «Monstruo de Ecatepec», con sus actos aberrantes buscaba eliminar del registro simbólico de su psique lo que consideraba que no era acorde a su visión moral del mundo, una visión en la que, aparentemente, las mujeres no deben tener vida sexual fuera del matrimonio, o de lo contrario son unas «putas»; en otras palabras, el Monstruo de Ecatepec tiene la misma moral del pastor que toca tu puerta y te explica por qué hay que ser virgen hasta el matrimonio, la moral de un cristiano radical.

Para autoras feministas, justamente la moral cristiana es la raíz de la idea de que un individuo puede ser dueño de la vida sexual de una mujer. Feministas como la francesa Luce Irigaray, y la italiana Teresa de Lauretis, fueron fundamentales en el trabajo de señalar, al igual que Jacques Derrida, pero con un énfasis feminista, que la cultura occidental tiene como centro al cristianismo y el concepto de “hombre” que ha buscado toda la filosofía, desde Platón, está basado en el ser masculino que lo escribe y omite al femenino, con lo que luego términos como “heteronormatividad” y “falogocentrismo” se hicieron populares y demostraron ser necesarios para señalar un problema que no había sido bautizado, ni siquiera señalado.

Hoy muchos hombres encuentran la manera de oprimir a la mujer con su constante abuso psicológico, verbal, humillaciones, y disminuciones de sus capacidades intelectuales. Esto las hace sentir inferiores respecto a sus parejas “amorosas”, con lo que adoptan una actitud servil, buscando agradar a sus opresores, porque no se les puede decir de otro modo. 

Parte de ese agradar sería entregar su vida sexual a un individuo, para no serle “infiel”, delegando así todos los posibles destinos de su libido a un solo hombre, uno que constantemente la va a vigilar para que nadie se la quite, pues él la considera de su propiedad, le va a decir cómo vestirse cuando salga “para que no enseñe de más”, va a restringir con quién habla, y en suma, va a tratar de ser el centro en torno al cual gire la vida de esta hipotética mujer. Heteronormatividad, falogocentrismo y un trato paternal enfermizo.

Como sea, es importante remarcar que México no es el único país con un creciente problema de feminicidios, y por lo tanto, de machismo, de pobreza, de bajo nivel educativo, de indiferencia, y de otros tantos factores que componen el contexto en el que germina un feminicida; a lo largo de Latinoamérica el problema es cada vez más grave.

En Guatemala, tan solo en el año 2018 fueron registrados 723 feminicidios, en Honduras se estima que cada 16 horas una mujer es asesinada, y que el 96% de los casos permanecen impunes. En Costa Rica, si alguien decide matar a su esposa, la condena que llevará será de entre 20 y 35 años, “si mantiene una relación marital en unión declarada o no”, ¿qué quiere decir esto? ¿Que si cometo un feminicidio la sanción es diferente si se trata de mi esposa? ¿Algunos feminicidios son peores, y por lo tanto otros no tan malos? No todas las leyes son justas. 

En Argentina se estima que el 39% de las veces que un feminicidio es cometido, el perpetrador era pareja sentimental de la víctima, en Bolivia el feminicidio es considerado actualmente un problema de prioridad debido a que no deja de presentarse este fenómeno, en Brasil recientemente se informó que el feminicidio aumentó un 22% en lo que va del año, y, ¿qué decir del año 2017, cuando los brasileños impusieron una marca histórica de 4 mil 936 feminicidios registrados? 

Casualmente en Latinoamérica 60% de la población es católica, es decir, comparten la religión que establece que la mujer debe prácticamente vivir con himen hasta casarse y luego atender de todas las formas posibles a su marido, volviéndose una suerte de muñeca sexual que limpia, cría y se calla. ¿Qué pasa cuando una mujer quiere ser algo más que esto? Es despreciada, y en algunos lugares del mundo literalmente apedreada y escupida, por no desempeñar “correctamente” el rol que la sociedad le tenía preparado aún desde antes de que naciera, una sociedad, insistamos, falogocentrista, con un sistema de valores que justifican el machismo, y que están basados en el cristianismo más radical, ese mismo cristianismo que en su momento quemó miles de mujeres llamándolas “brujas”.

La mayoría de estos crímenes son asesinatos “uxoricidas”, es decir feminicidios perpetrados por parejas celosas o ex parejas de las víctimas, en algunos casos, como el de Margarita, algún admirador obsesionado que resintió demasiado el rechazo. El feminicidio se vuelve entonces una forma sublimatoria de posesión de la mujer, el elemental y ya casi estereotípico “eres sólo mía, y si no, no serás de nadie”, es sólo una de las muchas formas que ha desarrollado el hombre para sentirse propietario de la sexualidad y del cuerpo de la mujer. 

Habiendo dicho esto, volvamos a considerar qué ocurrió con Margarita Ramírez, quien libremente decidió que no era su voluntad convertirse en pareja sentimental ni sexual de un adolescente que la prentendía; en consecuencia, este chico siente frustrado su deseo de poseerla como objeto anímico, o erótico, y entonces su solución es poseer a Margarita de otro modo, quitándole la vida. 

Podemos ver, en conclusión, un poco del origen de la misoginia, hombres que sufren una profunda inseguridad respecto a su propia masculinidad, tienden a despreciar a una mujer que vive (o no) libremente su sexualidad, ya que la baja autoestima de estos hombres es fácilmente dañada si encuentran que una mujer puede sentirse atraída por “otros” o que simplemente no sienten atracción hacia ellos. 

Se sienten rechazados por estas mujeres, entonces buscan poseerlas de un modo u otro, asesinádolas, violándolas, y en algunos casos ingiréndolas, como el caníbal de la Guerrero; pero sobre todo, lo que buscan con esta posesión es otra cosa, demostrarse a ellos mismos su propia capacidad de ser machos dominantes, con poder. Entonces más bien, (y metafóricamente, claro está), habría que darle muerte a ese macho que quiere dominar e imponer; ese es el monstruo.

 

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